"La gente puede ser mala. Al no entender la tecnología y al no tener que pagar por usarla, trataron a la muñeca como bárbaros", dice el creador de la doll abusada
“En 2050 el sexo con robots será popular, las parejas humano-robot comunes y el matrimonio con robots legal”, aseguraba David Levy, especialista en Inteligencia Artificial, durante el segundo congreso Love and Sex With Robots, celebrado a finales del pasado año en la Goldsmith University de Londres. ¿Suena difícil de creer? Dicho así, suena a imaginería de ciencia ficción. A proyección arbitraria. Pero lo cierto es que otros muchos expertos opinan que esa predicción no es para nada disparatada.
Sea en 2050, o antes, o después, lo que está claro es que la robótica se prepara para penetrar de lleno en nuestra vida sexual hasta cambiarlo todo (la cosa va más allá del sexo; hay quien ya habla del momento en el que un robot nos rompa el corazón ). Y ese “revolución” trae asociado un miedo fundamental: que esa nueva realidad perpetúe, e incluso potencie, la objetivización de la mujer.
Lo sucedido con Samantha en la reciente edición del festival Ars Electronica de Linz, en Austria, ejemplifica la peor cara de ese miedo. Esa cara que parece dar la razón a quienes sostienen que la tecnología asociada al sexo va a generar nuevos espacios de abuso.
Samantha es, sí, un robot sexual. Rubia, de ojos azules, de medidas perfectas, a Samantha le gusta que la besen y que la toquen. Está diseñada y programada para eso. Pero todo tiene sus límites...
Samantha |
La cosa es que Samantha acudió como invitada al Ars Electronica, uno de los festivales de arte electrónico más prestigiosos del mundo, un sitio que se presta más a la excitación aural y al picor del intelecto que a las pulsiones sexuales. No obstante, pasó: a Samantha, los hombres asistentes al festival la magrearon tanto y de forma tan poco respetuosa que al finalizar la cita ha tenido que pasar por el taller para que le retiren y reparen varias partes del cuerpo.
Su creador, Sergi Santos, ha hablado de una “experiencia traumática” para su doll , que acabó “seriamente deteriorada” por los tocamientos a los que fue sometida.
La gente se restregó con sus brazos, la penetró con los dedos, le manoseó los muslos y se montó en sus piernas. Sus manos acabaron con dos dedos rotos. Sus pechos acabaron destrozados. Al finalizar el festival, el cuerpo de la doll había quedado prácticamente inservible.
“ La gente puede ser mala. Al no entender la tecnología y al no tener que pagar por usarla, trataron a la muñeca como bárbaros”, dice Santos.
Samantha quedó magullada, pero su paso por el Ars Electronica puede considerarse un éxito. Al interés de los visitantes tocones hay que sumar el de varios propietarios de prostíbulos. Uno de ellos es Peter Laskaris, mánager de un burdel en Viena. En declaraciones al Daily Mail, Laskaris opina que más y más burdeles irán incorporando robots a su repertorio de trabajadoras sexuales, a pesar de lo caras que son, porque empiezan a convertirse en “un fetiche sexual de tendencia”.
Samantha cuesta en torno a los 4.000 dólares. Según Santos, ya tiene vendidos 15 ejemplares.
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